Escudo de la República de Colombia

Los conflictos nunca desaparecen...

18 de octubre

Por: Mariana Delgado Barón
infoiepri_bog@unal.edu.co

El pasado mes de abril se realizó el taller "Polifonía de la(s) paz(es), transformación de conflictos y comunicación" a cargo del profesor Rousbeh Legatis, magíster en Ciencia Política por la Universidad Libre de Berlín, consultor e investigador internacional en Colombia en temas relacionados con posconflicto, construcción de paz local, memoria histórica y tratamiento del pasado violento. En entrevista al IEPRI, el profesor Legatis nos compartió sus reflexiones acerca del concepto de paz, el manejo de los conflictos, las experiencias internacionales en el tema de construcción de paz e implementación de acuerdos, entre otros.

¿Cómo define el término "polifonía de la(s) paz(es)"? ¿cómo se aplica eso a un contexto como el colombiano?

Al recorrer los 32 departamentos colombianos, entre valles y grandes altiplanos, que se encuentran políticamente declarados en un "proceso de paz", se descubre que en las comunidades resuenan diferentes voces que se expresan, dialogan, pero que también debaten y gritan sobre aquellos aspectos de la vida que nos ocupan como la denominada paz. Este escenario se presenta también en el ámbito público: en el congreso, en los ministerios, en las gobernaciones y demás instituciones territoriales, así como en las miles de organizaciones y procesos de la sociedad civil.

Esta diversidad de narrativas e imaginarios individuales y colectivos confluyen en lo que se describe semánticamente como "la paz". No hace falta decir que esto no lleva consigo más claridad sobre qué específicamente siginificaría dicho término, que parece a veces tratado más como "fórmula milagrosa" que, de manera crítica, como un concepto político. De hecho percibimos la paz muy diferente, es decir, le asignamos una pluralidad de visiones ideológicas del mundo, racionalidades correspondientes, cualidades morales, cosmovisiones y lógicas de acción.

En vista de ello, aterrizar -como lo llamo yo- esta "polifonía de la paz(es)" en la práctica significa, sobre todo, un ejercicio de reconocimiento del amplio espectro de voces marginadas e invisibilizadas en un contexto de transformación de conflictos. Este “aterrizaje” va más allá del diseño de un proceso transformativo que está concebido para fortalecer la agencia de actores locales y comunidades en los territorios. También está orientado a hacer justicia a un proceso que muchas veces, sobre todo en sus comienzos, se reduce a un proyecto elitista en el cual conversan a puerta cerrada quienes tienen mayores recursos socio-políticos y económicos a su disposición sobre los diferentes proyectos de país.

La polifonía implica algo más. El esfuerzo de no solo reconocer y visibilizar la multitud de voces de paz sino también el objetivo de crear un espacio de diálogo constructivo para esa pluralidad de narrativas de paz. Es decir el intercambio, la contrastación y el cuestionamiento crítico de los diferentes planteamientos y reflexiones. Hablar de la “polifonía de la paz(es)” no implica necesariamente armonía o falta de conflictividad, se refiere a un manejo de estos diálogos de manera creativa, innovadora y en el mejor de los casos sin violencia.

Usted es experto en el tema de transformación de los conflictos ¿Qué le falta a la sociedad colombiana para lograr eso?

Permítanme empezar con una aclaración conceptual. La firma de un acuerdo de paz en primer lugar representa el intento de manejar un conflicto de otra manera. En consecuencia, estamos hablando más de un instrumento de manejo de conflictos, o sea del conflict management, en vez de un logro alcanzado y sostenible dentro de una transformación socio-política, económica, cultural y simbólica a largo plazo.

Las fórmulas que transmiten la noción de un punto final, como la palabra "terminación" en el título del acuerdo colombiano, traen consigo el riesgo de nutrir una percepción errónea de que la firma de dicho papel desembocaría sin demora en cambios palpables para el pueblo y nuevas formas de convivencia en las ciudades y comunidades. Lo que puede resultar, como consecuencia de la frustración ante la ausencia de avances inmediatos, son problemas graves en el manejo de las expectativas de las y los involucrados y la población en general, quienes encarnan el fundamento de cualquier cambio previsto en sociedades en transición.

En Colombia, mi impresión es que ya se observan tendencias de la decepción e impaciencia antes descritas. Esta situación debe afrontarse con la invitación a revisar nuestras propias percepciones, actitudes y comportamientos en el “proceso de paz”. Ese cambio requerido no solo se define y mueve en la abstracción del mundo político sino que también se muestra en el día al día con pasos pequeños y directamente en contacto con nuestras familias, escuelas, el entorno laboral, en las calles y conversaciones casuales en cualquier lugar.

Parto de la premisa que los conflictos son algo humano que siempre nos acompañan en nuestra vida con otras y otros. Entonces en mi opinión, el objetivo de nuestro quehacer es transformar conflictos, orientándonos a encontrar caminos constructivos para su manejo. Al mismo tiempo es importante entender que los conflictos nunca desaparecen y no deberíamos imaginarnos una sociedad sin ellos. Clave es cambiar nuestras costumbres y formas de responder a las situaciones donde ocurren en nuestra convivencia con las y los demás. Esto nos abre la comprensión integral de la transformación del conflicto y la construcción de paz, que entre otros procesos tiene que abarcar los socio-psicológicos, pedagógicos, comunicativos, artísticos, culturales y políticos, que se solapan y entrelazan con el fin de producir cambios deseados en nuestras vidas.

¿Qué experiencias internacionales en transformación de los conflictos son útiles/o pueden serlo para el caso colombiano? ¿Qué puede aprender el país de experiencias internacionales?

En una de mis primeras lecturas sobre el caso colombiano, Jaime Zuluaga Nieto,  en su acercamiento a las dinámicas del conflicto, lo describió como una "guerra sui generis", es decir muy particular. Zuluaga además subraya la inherente complejidad que lo carateriza y lo hace destacar entre las experiencias latinoamericanas de transformación de conflictos y procesos de paz en la segunda mitad del siglo XX.

A partir de estas observaciones para calificar las coyunturas socio-políticas y culturales que estamos experimentando, veo necesario que el camino de transformar el conflicto colombiano con sus diferentes capas tiene que ser caracterizado por la misma complejidad para responder a problemas complejos -aquí me refiero al significado original de la palabra en el sentido de una composición de elementos interrelacionados y no, a la jerga del común que la equipara con algo difícil o imposible de resolver. El resultado será un proceso de transformación sui generis o si se prefiere concebirlo así, un proceso de paz sui generis. Ahora, aunque sí es cierto que no hay ningún modelo estándar y que cada sociedad en transición tiene que encontrar su propio camino, igualmente correcto es que jamás ningún país se embarca en este proyecto ni solo ni por primera vez o empieza de cero. Actualmente, se realizan 49 procesos de paz en el mundo, de los cuales obviamente se puede aprender mucho. Cuatro de ellos en América Latina. Es más, con los dos procesos de paz que tienen lugar aquí, uno con la antigua guerrilla de las FARC y otro con el ELN, Colombia se posicionará como un referente interesante en el diálogo internacional sobre los procesos de paz, sus experiencias y lecciones aprendidas. Considerando la suspensión del proceso con el ELN, vale la pena recordar que no solo aprendemos de éxitos sino así mismo de errores y esfuerzos en vano. De hecho, el proceso de paz en Colombia, sus antecedentes, la arquitectura resultante con su diseño para la implementación, son fruto de una colaboración internacional, basado en observaciones, experiencias, reflexiones y aprendizajes de todo el mundo.

Para hacerse una idea más concreta de las tendencias y escenarios actuales de las negociaciones y procesos de paz, sugiero el reciente informe al respecto publicado por la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona, en España. Al curso "Polifonía de la(s) paz(es), transformación de conflictos y comunicación" que realicé en el IEPRI, invité, entre otros expertos, a Miguel Barreto Henriques, director del Observatorio de Construcción de Paz de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, quien compartió y con quien discutimos un trabajo investigativo muy útil, para enterarse más del tema de las "Experiencias internacionales de Paz: lecciones aprendidas para Colombia", que también es el titulo del estudio. Allí se analizan factores transversales y comunes a cada conflicto armado, cuestionamientos, problemas, dilemas y desafíos impuestos a los actores armados y a la sociedad, antes, en el transcurso y después de un proceso de paz. Mientras el primer tomo sobre las experiencias internacionales de paz se dedica a casos de todo el mundo, el segundo, que está en elaboración, se enfocará en experiencias de Centro y Suramérica. Se trata de un esfuerzo de indagación recomendado para superar un poco el "ombliguismo" que se puede observar en Colombia. Pero esta característica también la encontramos en otros procesos, donde se pretende ser diferentes y únicos en comparación con otros países. Una actitud contraria, es decir,  el aprovechamiento de los aprendizajes a nivel internacional, servirá para no repetir los mismos errores y causar los mismos daños.

Para evitar malentendidos, no hablo de la idea que otros países lo hicieron mejor o sus apuestas fueron una panacea. Es más bien un llamado para actuar en un mundo intercultural, interdependiente e interrelacionado de manera conciente con el fin de transformar escenarios de conflictos violentos en sus dimensiones glocales y transnacionales. Con esto me refiero a aprovechar colectivamente otras experiencias para afrontar desafíos y campos de problemas semejantes. Esas experiencias ajenas serán insumos para las reflexiones propias y/o haciendo suyas la sabiduría y creatividad en el marco de lecciones aprendidas en países en África, Eurasia, Oceanía y otros contextos de las Américas. Esto es también una invitación a Colombia para que contribuya a este diálogo de conocimientos entre culturas y comunidades glocales.

Quiero plantear además la importancia de la dimensión de la temporalidad en las experiencias aprovechables para un país que se encuentra en un proceso de transición. Ello significa una mirada hacia los procesos en distintos continentes - por ejemplo Suráfrica, Alemania, Balcanes, Afganistán, Camboya, Australia, Guatemala- que se hace aun más valiosa debido a las diferentes coyunturas y momentos temporales en los cuales se encuentran esos procesos correspondientes y los aprendizajes que se pueden tomar de allí.

¿Cómo ve usted la implementación del acuerdo de paz con las FARC? ¿Cómo evaluaría ese proceso?

Dos tercios de los 578 compromisos del acuerdo renegociado, a los cuales se hacen seguimiento permanente, se encuentran de una u otra manera en la fase de implementación. Eso lo dice el Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame en EE.UU., encargado de realizar este seguimiento. Por medio de la Matriz de Acuerdos de Paz, o PAM como lo abrevian, por sus siglas en inglés, el Instituto Kroc sigue el ritmo de la implementación del Acuerdos de Paz y analizan su concreción en términos de sus variadas dimensiones.

Entonces, de este casi 70% de los compromisos que se estarían poniendo actualmente en la práctica, 23% se ha implementado completamente, mientras el 13% podría realizarse más rápido, o por lo menos está previsto para lograrse en el tiempo estipulado en los Acuerdos.  El resto de estos compromiso digamos "en movimiento" están en sus términos mínimos de implementación. Para el restante 30%, o el tercer tercio, no se ha iniciado ningún proceso respectivamente. Estas cifras, que no muestran ninguna situación ideal, nos permiten ver más bien una imagen mixta, lo que se agrava si contrastamos las estadísticas con las realidades que viven las comunidades, lideresas y líderes sociales y también excombatientes en los territorios. Contradicciones sociopolíticas que hacen difícil ver y sentir aquella "paz" de la que se está hablando.

Ahora, en cuanto al progreso o no de la implementación, los quiero invitar a asumir la perspectiva de un pájaro: sobrevolando el paisaje, viendo todo desde arriba en términos más generales y con sobriedad de los procesos al respecto. Realmente, tres años no es mucho al tener en cuenta la complejidad de poner en marcha un proceso oficial de paz. Esto es más claro si tenemos en cuenta las dimensiones del cómo la violencia, como herramienta de manejar conflictos y para ejercer el control social, ha permeado el tejido social en Colombia. Es decir, el proceso al cual usted se refiere es muy joven e incipiente. Quiero reiterar que el "éxito" de un proceso de paz no se puede medir en tan solo tres años.

Yo diría que "la paz" o lo que podríamos llamar así es más un proceso en vez de un punto final. Por eso tenemos que dar, con perseverancia y determinación, un paso después del otro para superar los obstáculos que se nos presentan diariamente en el camino. Solo así podríamos generar una serie de cambios deseados. No hay un "quick fix"  o atajo, a lo que se suma que las comunidades y también en lo local continúan las transformaciones para sanar el tejido social de Colombia a pesar de que a nivel político los esfuerzos a veces se pueden estancar o disolver, por ejemplo, por falta de voluntad o intereses propios.

En conclusión, más allá del valor de hacer un balance crítico y denunciar el fracaso político, tenemos que ser prudentes con nuestros juicios, para no invisibilizar todos los esfuerzos que se hacen paralelamente en los territorios orientados a transformar los conflictos y trabajar por sus causas, por lo menos por tres decadas o más.

¿Cómo afecta la deserción de Iván Márquez y compañía la implementación del acuerdo de paz?

El problema de rearme de partes de los actores que entran en un proceso de paz es algo que encontramos en varios escenarios semejantes en todo el mundo. Aunque hay expresiones de inconformidad por el incumplimiento o la omisión del Gobierno en varios aspectos del Acuerdo de Paz, no veo el rearme como el camino a seguir. Lo único que dará al proceso de transformación de conflictos en Colombia el impulso que necesita, se genera por el camino de las negociaciones políticas. La apuesta de parte y parte de vencer militarmente al otro ya se intentó por más de cincuenta años sin ningún resultado, excepto millones de muertos, brechas y desgarramiento de la sociedad colombiana.   

Además, no deberíamos enteder a las FARC en su forma antigua -guerrilla- y actual -partido- como un bloque monolítico. Por el contrario, representa un actor político con una gran heterogeneidad de visiones, apuestas y voces. El disenso se dejó ver con los primeros momentos de las negociaciones de paz. Por eso, como expresión política, esa dinámica no es nada nueva y otra vez, nada atípica para los procesos de paz en general.

En este marco, lo que se ha presentado como una crisis también se podría ver como un momento de fortalecimiento no solamente del partido político surgido tras el Acuerdo de Paz sino también de un sector de la oposición. Eso va a la par con el hecho de que la mayoría de los y las antiguas guerrilleras todavía están participando en el proceso de reincorporación, algo que deberíamos considerar en nuestra evaluación del momento coyuntural. De todas maneras todavía deberíamos esperar la nueva actuación por parte de ese grupo disidente y la respuesta del Estado para manejar ese desafío.

¿Qué aprendizajes salieron del taller que dictó en el IEPRI?

Primero, por medio de las reflexiones formuladas y dialogadas espero haber plantado una semilla de escepticismo que a partir de ahora se haga sentir cuando las y los estudiantes escuchen la palabra "paz".

Este uso de la palabra paz como "fórmula milagrosa" merece un escrutino crítico debido a su uso exageradamente repetitivo en el discurso político. Algo que confluye muchas veces con una falta de cuestionamiento frente a los conceptos y hace imposible el diálogo conciente sobre ellos. Es como por ejemplo si yo hablo sobre peras y usted habla sobre manzanas, nunca nos entenderemos de verdad si no establecemos en cierto momento qué es lo que comprendemos como la "paz".

Segundo, hemos visto no solo que hay muchas iniciativas en los territorios que sobrepasan en su duración e intensidad y quizás calidad, la fecha de la firma de los acuerdos de paz, sino también existen muchos esfuerzos en el campo investigativo para visibilizarlas desde enfoques y metodologías populares y alternativos.

Por último, para desjerarquizar nuestro espacio de aprendizaje académico-práctico, invité a las y los estudiantes al reconocimento de la riqueza de sus experiencias y propios saberes y conocimientos en el marco del taller-seminario, porque muchas veces no nos damos cuenta de ello. Compartimos estas experiencias y conocimientos para imaginar conjuntamente posibles caminos de transformar conflictos de manera constructiva, aplicando una serie de herramientas como la Comunicación No Violenta.     

Muchos colombianos son muy indolentes en relación con las víctimas del conflicto armado. En las grandes ciudades como Bogotá se desconocen los horrores que se cometieron y que se siguen cometiendo en regiones remotas ¿Cómo tramitar un pasado violento cuando la gente se rehusa a conocerlo? ¿Qué mensaje le daría usted a los colombianos a quienes no les interesa conocer esas historias de violencia para así evitar repetirlas?

Temo que no le puedo responder de manera completamente satisfactoria este complejo de interrogantes importantes. Lo que nos muestran muchas experiencias de otros países y continentes es que no fue la generación que protagonizó directamente el conflicto, sino que fue la siguiente la que hizo temblar los fundamentos de las respectivas sociedades en negación de los hechos. Sin embargo, es en la actualidad y por el quehacer de la generación del ahora, que preparamos la base para asegurar que ellos y ellas tendrán los materiales y herramientas a su disposición para posibilitar este momentum del cambio. Es decir, tenemos que seguir trabajando y luchando para abrir y mantener abierto el espacio público político. Esto implica aprender de nuestros errores y fracasos, para enseñar mejores formas de abordar los desafíos e injusticias de la vida.

Además tenemos que incursionar con nuestros planteamientos, reflexiones y cuestionamientos donde la gente por lo general no está enterada de estas propuestas y discusiones, ya sea porque es indiferente o porque no tiene acceso a ellas. Eso incluye la politización constructiva y sana del diálogo de la pluralidad de voces y perspectivas ideológicas, para quienes sienten que no pueden expresarse de una u otra manera en ciertos contextos sociales, porque hasta la vida puede estar en juego. No estoy seguro de que se puede generalizar diciendo que hay gente a la que no le interesan las coyunturas políticas y el sufrimiento humano, sino que como dije antes, creo que no hemos llegado suficientemente a esas audiencias y nos faltan desarrollar pedagogías críticas para invitar y motivarles a participar en un diálogo público pluralista.